jueves, 26 de julio de 2012

La simbología del árbol

Los seres humanos sentimos una inevitable fascinación por los árboles desde nuestros orígenes. Hace más de un millón de años que bajamos de ellos, lo que cambió definitivamente nuestro destino como especie; pero nuestra existencia no ha dejado de estar íntimamente unida a los árboles. Nos han proporcionado alimento, calor y medicina, hemos utilizado su madera para hacer nuestras casas, herramientas, armas, juguetes...  No es posible entender la cultura humana sin su relación con los árboles.

Pero, dejando a un lado el aspecto práctico, nuestra conexión con el árbol ha tenido una dimensión espiritual que es posible rastrear desde los primeros indicios históricos. No ha habido civilización que no haya incorporado a los árboles a sus cultos y creencias. Existen bosques o árboles sagrados en todas la religiones, que le han dado al mundo vegetal unos valores místicos muy semejantes, independientemente del lugar o tiempo en que se desarrollaron las creencias.



El árbol, por su grandeza, su longevidad, su continua renovación y crecimiento, se ha entendido como el mejor símbolo de la vida que se regenera continuamente. No es extraño que los árboles hayan adquirido características propias de la divinidad (como la inmortalidad o la sabiduría), sean morada de espíritus y seres etéreos o sean la mismísima representación de los dioses. Cada cultura ha dado a los árboles con los que convive un sentido trascendental, ya sea sacralizándolos o convirtiéndolos en símbolos que sirvan para dar sentido al universo en el que vivimos.



En biología se habla en ocasiones de los árboles como un microcosmos en el que coexisten y se relacionan diferentes formas de vida. Puede que el hecho de que el árbol sea el centro o lugar de encuentro para diversas comunidades de seres vivos diera lugar a la idea del árbol como eje del mundo. En distintas culturas existe un lugar mítico en el que cielo, mundo e inframundo están conectados, donde convergen todos los caminos, el axis mundi,  que adopta frecuentemente la forma de árbol.



El árbol es en sí mismo una representación de los distintos planos de la creación; las raíces se extienden hacia el inframundo, mientras sus ramas se dirigen hacia el cielo. En la mitología nórdica, el propio universo posee la forma de un gigantesco fresno llamado Yggdrasil cuyas raíces, tronco y ramas conectan los distintos mundos. Esta concepción de árbol-universo, el árbol de la vida, es una metáfora que, con algunas variantes, está presente en las diversas culturas tradicionales y que ilustra cómo todas las fuerzas y seres que forman parte del cosmos están íntimamente ligados.






El tema da para mucho más, pero por hoy es suficiente.



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